Si he hallado gracia delante de ti…
(4) Entonces
el rey extendió a Ester el cetro de oro, y Ester se levantó, y se puso en pie
delante del rey, (5) y dijo: Si place al rey, y si he hallado gracia delante de
él, y si le parece acertado al rey, y yo soy agradable a sus ojos, que se dé
orden escrita para revocar las cartas que autorizan la trama de Amán hijo de
Hamedata agagueo, que escribió para
destruir a los judíos que están en todas las provincias del rey. (Ester 8: 4-5, RV
1960)
Yazmín Díaz Torres
¡No lo puedo ocultar! Esta vez lo diré sin tapujos, sin
miedos y sin preocuparme por lo que puedan decir o pensar.
¡Siento en mi espíritu que esta palabra proviene del corazón
del Señor! Y tú lo sabrás cuando la leas porque no es una palabra para todas,
pero a quienes el Espíritu Santo les está hablando, lo sentirán también en su espíritu.
No tiene nada de malo entender que la palabra no es para
ti. Él es quien sabe todas las cosas y dice la Palabra que en Su mano están mis
tiempos. En Su mano están tus tiempos (Salmo 31: 15).
La Palabra de Dios
dice que Él se burla de los burladores (Proverbios 3: 34). Porque, ¿de quién se
burlan? De Dios, no de sus hijas.
¡Bueno, comencemos! Anoche
mientras hablaba con el Señor, me trajo este texto bíblico y casi podía ver la
escena:
La reina Ester, valiente
y a la vez temerosamente, pero decidida a arriesgar su propia vida, entrando al
patio interior de la casa del rey y presentándose delante su trono.
Ester se disponía a
entrar a un lugar, podríamos decir, prohibido. Prohibido porque se aprestaba a
entrar a la presencia del rey (ante su trono) sin que se le hubiese llamado o
invitado, o sea, sin su permiso.
Esto casi le aseguraba
la muerte, pues a dicho aposento solo debía entrarse por invitación del propio
rey. De lo contrario, quien se atreviera a violentar esa norma, entregaba su
vida a la voluntad del rey, la cual casi siempre era la ejecución.
No obstante, Ester
se había preparado. Cuando Mardoqueo la confrontó con la verdad, cuando la
confronta con el destino que tendría, de todos modos, una vez el rey se
enterara de que ella era judía, moriría.
“Y quizá para este tiempo
te llamó Dios”, retumbaron las palabras en su mente y en su corazón.
Ester se preparó y
ordenó que todo el pueblo ayunara y orara por tres días, al cabo de los cuales
ella se presentaría delante del rey a pesar de que este llevaba más de un mes
sin llamarla. Pero ya el Señor había dispuesto el favor y la gracia en el corazón
de su esposo, el rey.
En ese momento, en
ese segundo en el que decidió si viviría o moriría, el rey le extendió su cetro
a Ester. Hasta se mostró interesado, preocupado por lo que afligía a la reina y
enseguida se dispuso a concederle cualquier petición y hasta le entregó la
mitad de su reino.
¡Ester no quería tanto!
O mejor dicho, Ester buscaba algo más importante.
¡Esa
es la palabra que el Espíritu Santo me daba! Sentía que decía: “Diles a mis
hijas, a las que han procurado agradarme en todo, a las que me
reconocen como Su Señor y me honran con su dedicación, con su amor, con su
servicio, con su adoración, con su búsqueda incesante de mi rostro, con su
entrega y rendición ante los procesos, diles que hoy Yo les extiendo mi cetro de oro.
Diles que les he dado permiso para entrar, permiso para avanzar
hacia adentro, hacia el interior, hacia mi recinto sagrado, hacia una intimidad
más profunda.
Diles que he consentido a que dén el próximo paso. Ese por el
que han estado pidiendo permiso, aprobación.
Y extiendo mi cetro, no solo para dejarles saber que tienen mi aprobación
para continuar con el próximo paso en la tarea, en el llamado, en la misión que
les he encomendado; sino que mi cetro va cargado de Mi favor, de Mi gracia y de
Mi protección.
Y así como con Ester y su pueblo, les aseguro la Victoria y la
Justicia.
Me revelo
una vez más como el Dios Todopoderoso que está atento a quienes ha llamado y
escogido, como el Dios que los respalda porque no han rendido pleitesía a nadie
más, no han sucumbido ante intimidaciones, amenazas. Porque no les
interesa complacer a nadie más, sino a Mí.
Porque se han esforzado por mantenerse irreprensibles, no solo
delante de los hombres, sino delante de Mí, que escudriño los corazones.
Que cuando han pecado, se han acercado con un corazón sincero.
Que cuando llega el temor o le faltan las fuerzas, han acudido a Mí para que mi
poder se perfeccione en sus debilidades. Que cuando no saben qué hacer, han
acudido a Mí para obtener mi consejo e instrucciones.
Tal y como en otros
tiempos, porque han sido como aquel sumo sacerdote a quien una vez al año le
tocaba entrar al lugar santísimo. Este primero, debía pasar su mano por debajo
del velo o cortina y asperjar el lugar con incienso hasta que el santuario se
llenara de una espesa nube de humo. Entonces era que podía entrar porque de
otra forma no viviría para contarlo.
Una vez en el lugar,
Dios examinaría al sacerdote y si lo encontraba irreprochable, quedaría vivo. Solo
si había entrado apropiadamente. De lo contrario, allí mismo moriría.
Por eso, llevaba un cordón
atado a uno de sus pies, cuyo extremo sostenían, a gran distancia, otros
sacerdotes. En el borde de sus vestiduras, llevaba como unos cascabeles que,
mientras estuvieran sonando mientras caminaba dentro del lugar santísimo,
significaba que estaba vivo, o sea, que Dios había aprobado su entrada, que había
hallado favor delante de Dios, que Dios lo había hallado irreprochable.
De lo contrario, caería
muerto. Los sacerdotes que sostenían la cuerda a lo lejos, al escuchar el
silencio de los cascabeles comprenderían que no había entrado correctamente,
que no contaba con el favor de Dios, que no había sido irreprensible y, por
tanto, había muerto. Entonces, arrastrarían su cuerpo hacia afuera tirando de
la cuerda.
Pero hoy el Señor te está diciendo que te extiende Su cetro, que
cuentas con Su favor para que avances, para que camines, para que te acerques,
para que prosigas y puedas hacer lo que ya Él te ha encomendado que hagas.
Ya se rompió el velo
y, gracias al sacrificio de Jesús, tenemos acceso directo al trono de la gracia
para hallar el oportuno socorro. Ya Jesús, como cordero sin mancha, pago el
precio de nuestros pecados. Y basta con que seamos sensibles a la voz de Su Espíritu
redarguyéndonos, nos arrepintamos y pidamos perdón con un corazón sincero y
dispuesto a cambiar, podemos entrar ante Su Presencia sin temor. Entraremos
seguras de que, incluso, Él anhela, espera, desea, ansia nuestra entrada.
Mucho más, Jesús no
solo murió por nosotros, sino que resucitó y está sentado a la diestra del
Padre, ahora mismo, intercediendo en todo tiempo por nosotras.
A esas que han sacrificado su tiempo, sus familias, sus
placeres, sus deseos para entregarse completamente al Señor… Y a aquellas para
quienes ya no lo sienten como un sacrificio, sino como un deleite, el Señor les
ha extendido hoy Su cetro.
Él tiene toda la
autoridad. Él es la cabeza. Él es quien reina con poder. Todo se sujeta a Él.
¡Ven! ¡Acércate más! ¡Entra donde todavía no te has atrevido a
entrar! ¡Da el paso que no te has atrevido a dar esperando por mi aprobación,
por mi respuesta, por mi aprobación!
¡Avanza! ¡Camina! ¡Da el paso! ¡Da pasos! Si Ester no se hubiese
atrevido a dar el paso, si no se hubiese atrevido a entrar, a avanzar, su
pueblo hubiese sido exterminado y ella junto a él.
¡…porque
para este tiempo te llamó Dios y Él asegura que te ha extendido Su cetro! ¡Aleluya!
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