ARMAS CELESTIALES: LA ORACION DE ACUERDO 4


La Oración de Acuerdo para alcanzar
el perdón del Señor y librarse de Su juicio

“Y los hombres de Nínive creyeron a Dios, y proclamaron ayuno, y se vistieron de cilicio desde el mayor hasta el menor de ellos”. (Jonás 3: 5).

Yazmín Díaz Torres

En esta ocasión, me refiero al pueblo de Nínive al que había enviado Jehová Dios a Jonás a predicarles y a advertirles acerca del juicio que caería sobre ellos si no se arrepentían y si no volvían sus corazones a Él.
            Luego de haber sido tragado por un enorme pez y haber permanecido en su estómago tres días, Jonás decidió obedecer la encomienda que Dios le daba ya por segunda vez.
            Escupido y dejado en las costas de Nínive, Jonás dio el mensaje de Dios y el pueblo escuchó y se arrepintió.
            Sin embargo, para lograr que Dios no los castigara, tuvieron que ponerse de acuerdo y unirse en ayuno, oración y cilicio.
            El primer paso fue que creyeron que realmente Jonás les enviaba Palabra de Dios, creyeron en Dios: “(5) Y los hombres de Nínive creyeron a Dios…”.
            Y es que Dios es misericordioso. Dice la Palabra que “es lento para la ira y rico en misericordia”. Dios avisa a cada persona, a cada pueblo, a cada región, a cada territorio, a cada país, como lo hizo con Nínive a través de su profeta Jonás.
            Dios sigue enviando a hombres, mujeres, ancianos (as), niños (as), jóvenes a predicar, a enseñar, a exhortar, a corregir, a avisar. El problema es que muchos tenemos nuestros oídos tapados y no escuchamos o, tal vez, escuchamos, pero preferimos no hacer caso a lo que Dios nos está diciendo. Pensamos que eso nunca sucederá. Dios es demasiado bueno como para que algún día decida castigarnos, nos decimos a nosotros mismos. Es cierto, Dios es bueno, pero es Santo y requiere de nosotros amor y fidelidad.
            Dios nos requiere que creamos. Es un requisito indispensable para el Señor.
En segundo lugar, todos decidieron actuar para tratar de mover la mano de Dios y hacer que desistiera de su castigo. ¿Qué fue lo que hicieron?: “…y proclamaron ayuno, y se vistieron de cilicio desde el mayor hasta el menor de ellos”. ¡Todos!
En tercer lugar, hasta el rey reconoció y creyó en Dios y se unió al pueblo como uno más, como un igual se fundió con el pueblo que gobernaba, en humillación, en arrepentimiento y en su intento de que Dios los perdonara: “(6) Y llegó la noticia hasta el rey de Nínive, y se levantó de su silla, se despojó de su vestido, y se cubrió de cilicio y se sentó sobre ceniza”. ¡Hasta el rey se unió al pueblo en súplica!
Dios no hace acepción de personas. Para Él todos somos iguales. Y de igual manera, el rey le había dado la espalda a Dios. Por lo tanto, era necesario que se uniera al resto del pueblo, que se pusiera de acuerdo con todos ellos para lograr mover la mano de Dios a su favor.
Ojalá muchos gobernantes hoy día reaccionaran con el mismo temor y reverencia que lo hizo el rey de Nínive. Ojalá se quitaran sus elegantes vestimentas de dignatarios y entendieran que incluso ellos necesitan de Dios y que ellos también serán alcanzados por la justicia de Dios.
El rey, el presidente, el ministro, el gobernante, el senador, el representante, el alcalde, el banquero, el gran e importante comerciante, el famoso artista, entre otros, no escaparán por más poder que tengan, por más influencias y por más dinero que posean.
 No importa dónde vivan, no importa dónde puedan refugiarse y tratar de protegerse, no importa cuán numerosa sea su seguridad o ejército ni las armas que estos porten. La justicia de Dios los alcanzará.
Para Dios todos somos iguales. Somos simples mortales y esa es la realidad. Así lo dice Su Palabra: “(15) El hombre, como la hierba son sus días; florece como la flor del campo, (16) que pasó el viento por ella, y pereció, y su lugar no la conocerá más” (Salmo 103: 15-16).
En Santiago 1: 9-11, dice la Palabra de Dios: “(9) El hermano que es de humilde condición, gloríese en su exaltación; (10) pero el que es rico, en su humillación; porque él pasará como la flor de la hierba. (11) Porque cuando sale el sol con calor abrasador, la hierba se seca, su flor se cae, y perece su hermosa apariencia; así también se marchitará el rico en todas sus empresas”.
En Jeremías 9: 23-24, Dios habló y dijo: “(23) Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe en sus riquezas. (24) Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová” (Jeremías 9: 23-24).
Pareciera que tan pronto llegan a colocarse en posiciones de mando y posiciones privilegiadas, se les olvidara la existencia del Dios Todopoderoso. Se comportan como seres de otro planeta exentos de la mirada de Dios y de Su juicio.
¿No es esa la mayor de las ignorancias aun cuando algunos han estudiado mucho y algunos en las mejores universidades?
Actúan como si fueran inmortales. Parecieran creerse dioses.  Me recuerdan a Ramses, el Faraón, y a su padre. Sin embargo, para Dios fue tan fácil mostrar Su poder y hacerles entender que no existía otro Dios fuera de él y que no existía dios, brujo, hechicero ni adivino que pudiera resistirlo.
            Solo recordemos cómo Dios endureció el corazón de Faraón, cómo una tras otra plaga mostraba cada vez más Su grandeza y cómo había decidido liberar a Su pueblo por encima, incluso, del grande y poderoso Faraón.
Está claro que Dios humillará a aquellos que se enaltecen. Él es quien pone y quita a reyes y gobernantes.
Es solo cuestión de tiempo, pero Él siempre escuchará el clamor de Su pueblo y lo salvará y lo liberará de los dictadores, déspotas, tiranos y corruptos que se aprovechan del pueblo para enriquecerse y que oprimen a los más humildes y pareciera que nunca es suficiente para ellos.
¡Qué distinto hubiese sido y aún sería si los gobernantes reconocieran al Único Dios! Si le temieran. Si actuaran conforme a Sus mandamientos y estatutos. Si buscaran Su consejo, Sus estrategias para enfrentar los diversos conflictos que todo país pueda afrontar.
Entonces, no necesitarían tantos asesores que no saben asesorar porque qué sabiduría puede tener cualquiera que no reconoce a Dios, que no reconoce que solamente de Él proviene la sabiduría. Si solo lo reconocieran y le temieran, reconocerían que con Él no se acaban los recursos.
¡Si tan solo los gobernantes fuesen fieles a Dios! Si expresaran a viva voz que le creen, que le temen y le sirven.
Si solo hicieran lo que es correcto ante Sus ojos, lo que es justo según Su justicia y que tuvieran especial cuidado de los favoritos de Dios: los pobres, los más pobres de los pobres, los desplazados, alienados, los desventajados, etc.
¡Si no se avergonzaran de confesar que creen en Dios, si no se avergonzaran del Evangelio! ¡Si admitieran que necesitan de Dios para dirigir los destinos de las naciones!
¿Cuándo tendremos gobernantes que realmente le teman a Dios? Porque no se trata de decirlo, de aparentarlo, de asistir a una iglesia, sino de que realmente se dé culto a Dios , se le tema y se le obedezca.
Y es que a Dios nadie lo engañará. Este es el Dios que dijo: “(7) Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: (8) Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí” (Mateo 15: 7-8). Sin embargo, prefiero que veamos el texto bíblico completo al que alude Jesús, el cual se encuentra en el libro de Isaías cuando el Señor da una palabra para el pueblo de Israel:
(13) Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado;
(14) por tanto, he aquí que nuevamente excitaré yo la admiración de este pueblo con un prodigio grande y espantoso; porque perecerá la sabiduría de sus sabios, y se desvanecerá la inteligencia de sus entendidos.
(15) ¡Ay de los que se esconden de Jehová, encubriendo el consejo, y sus obras están en tinieblas, y dicen: ¿Quién nos ve, y quién nos conoce?
(16) Vuestra perversidad ciertamente será reputada como el barro del alfarero. ¿Acaso la obra dirá de su hacedor: No me hizo? ¿Dirá la vasija de aquel que la ha formado: No entendió?” (Isaías 29: 13-16).
¡Está muy claro! Si creyeran, conocerían la Palabra, y si conocieran la Palabra, tendrían temor de Dios. Conocerían cómo terminaron la mayoría de los reyes como Nabucodonosor, Acab, Jezabel y sus hijos y muchos más.
¡Es más! Es obvio que ni creen y que desconocen las Sagradas Escrituras porque si las conocieran, sabrían que cuando un pueblo se une, se pone de acuerdo y clama por misericordia a Dios, no importa cuánto tiempo pase, tarde o temprano, Dios le hará justicia, los salvará y los rescatará destruyendo a sus opresores.
 (7) E hizo proclamar y anunciar en Nínive, por mandato del rey y de sus grandes, diciendo: Hombres y animales, bueyes y ovejas, no gusten cosa alguna; no se les dé alimento, ni beban agua; (8) sino cúbranse de cilicio hombres y animales, y clamen a Dios fuertemente; y conviértase cada uno de su mal camino, de la rapiña que hay en sus manos.
(9) ¿Quién sabe si se volverá y se arrepentirá Dios, y apartará del ardor de su ira, y no pereceremos?
De manera que este rey, da la estrategia para que Dios se apiade de ellos y no los destruya, para que Dios tenga misericordia: todos creerían en Dios, todos se arrepentirían, todos ayunarían, todos clamarían a Dios fuertemente y todos se convertirían de sus malos caminos, es decir, de su mal proceder.
Entonces, el libro de Jonás demuestra que Dios escucha las oraciones de un pueblo que se arrepiente sinceramente de haberle dado la espalda a Dios y de haber pecado. Dios escucha a un pueblo que decide alejarse del pecado y de su mal proceder y seguir Sus mandamientos, preceptos y estatutos.
Dios escucha el clamor sincero de un pueblo que se une en el dolor de haberle fallado a Dios. Escucha el clamor de un pueblo que ha decidido que todos se humillarán y pedirán perdón al Señor.
Él escucha a un pueblo que unido se pone de acuerdo para abandonar todo lo que a Dios no le agrada y abrazar una nueva forma de vivir a la manera de Dios.
Demuestra que un pueblo que unido se arrepiente, alcanza el perdón de Dios y los libra de Su juicio:
(10) Y vio Dios lo que hicieron, que se convirtieron de su mal camino; y se arrepintió del mal que había dicho que les haría, y no lo hizo” (Jonás 3: 5-10).



            

Comentarios

Entradas más populares de este blog

PÁMPANOS: YO SOY LA VID VERDADERA

¡ACEPTOS EN EL AMADO! (Efesios 1: 3-7)

¡ESTA ES TU ESPERANZA!