ARMAS CELESTIALES 5: EL ACUERDO QUE LIBERTA A LAS NACIONES
Otra
vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca
de cualquier cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los
cielos. (Mateo
18: 19)
Yazmín Díaz Torres
Los israelitas, en
más de una ocasión, recurrieron a la “Oración de Acuerdo” para suplicar el perdón de Dios, Su
protección, Su defensa y Su bendición.
Jehová mismo propuso a Su pueblo escogido una condición
indispensable para alcanzar Su misericordia y quitar Su castigo, para obtener
Sus promesas y bendiciones.
Jehová le habló a Salomón
una vez este había terminado la construcción del templo. En ese mensaje le dio
unas instrucciones muy específicas.
Este mensaje advertía
el castigo o juicio que recibiría el pueblo si no obedecía sus mandamientos y
estatutos. También, establecía las condiciones que debía cumplir el pueblo para
no recibir semejante castigo y que pudieran recibir, más bien, bendiciones.
Finalmente, en el mensaje, el Señor declara Su pacto o promesa al pueblo y a Salomón.
Castigo o juicio de Dios: (13) Si yo cerrare
los cielos para que no haya lluvia, y si mandare a la langosta que consuma la
tierra, o si enviare pestilencia a mi pueblo;…
Condición al pueblo: (14) si se
humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren
mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos;…
Pacto o promesa a Salomón y al
pueblo: (14b)
entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra.
¡No nos confundamos! Ese pacto o esa promesa se la dio
Jehová directamente al rey Salomón. Sin embargo, era una promesa que se
extendía a todo el pueblo de Israel.
¡Tampoco podemos confundirnos! Todavía y por toda la
eternidad todos reconocerán que Jesucristo es el Señor ante el cual toda
rodilla se doblará.
Sin embargo, ahora
estamos bajo un nuevo Pacto, el de la Gracia. En este Nuevo Pacto, Jesús cargó
con nuestros pecados y recibió el castigo que nosotros nos merecíamos.
De esa manera, nos
redimió, es decir, nos libró de esa deuda, de esa culpa y del castigo; y,
finalmente nos libertó, nos lavó con Su Sangre del pecado y ahora nos
encontramos en el proceso de regeneración o santificación.
Bajo este Pacto,
Cristo mismo dijo que se había acercado Su Reino, el Reino de los Cielos, a
nosotros los hombres y mujeres, pero no para condenar, sino para salvar lo que
se había perdido.
¡Este es otro tema
para otro día (muy importante, por cierto)! Es necesario retomar el asunto de
este escrito.
Fijémonos cómo
Jehová utiliza en este texto, el sustantivo o nombre colectivo “pueblo”. Dice: “si se humillare mi pueblo”. “Mi pueblo”
se refiere a toooodos los israelitas.
Es decir, si este grupo de personas, si esta nación, si estos escogidos míos…
¡Plural!, porque el
sustantivo colectivo “pueblo” está en singular, pero se refiere a un grupo o
conjunto de personas de una misma nación, región, territorio, cultura o etnia.
¡Primero
lo primero!
Dios se presenta como un Dios temible, capaz y dispuesto a ejercer juicio sobre
Su pueblo. Un Dios con el poder de enviar castigo, calamidades, sufrimiento
como resultado de la rebelión y la desobediencia; pero a la vez, dispuesto a
reconsiderar y cambiar sus decisiones y juicios a cambio de la obediencia, amor
absoluto y único, y fidelidad de Su pueblo hacia Él.
Dice: “Si yo cerrare
los cielos para que no hubiera lluvia”, “si yo mandare a la langosta para que
consuma la tierra”, o “si yo enviare pestilencia a mi pueblo”. Toma tres
ejemplos de posibles castigos o juicios de los muchos que podría ejecutar sobre
Sus escogidos si no cumplen con su parte del pacto.
En
segundo lugar,
establece las condiciones de Su Pacto para con Salomón y para con el pueblo.
Las condiciones que todos debían cumplir para hallar misericordia, perdón,
favor y bendición. El pueblo, es decir, el grupo, los israelitas, toda la
nación, debía cumplir con lo mismo.
¿Qué debían (en
plural) hacer? Tendrían que
humillarse (en otras palabras dice: si se humillan), si oran (todos), si
buscan Su rostro, es decir, si
buscan tener una relación íntima con Él.
Y aún más: si se
convierten, o sea, si abandonan el pecado. Dios mismo estaba pidiendo
y estableciendo como requisito indispensable el que todos oraran en humillación buscando el rostro de Dios y cambiando
su comportamiento.
¿Cuál sería el
resultado? Dios los oiría a todos,
les perdonaría los pecados a todos y les sanaría la tierra a
todos.
La Oración de Acuerdo para romper las cadenas de cualquier tipo de
esclavitud o prisión
El pueblo de Dios sufrió esclavitud en Egipto por más de
400 años. Mientras más numeroso se tornaba, más peligro representaba para el
Faraón y, como consecuencia, más los sometían, más los oprimían y más los
maltrataban.
Por esta razón, dicen las Sagradas Escrituras en el libro
de Éxodo que el pueblo clamó y gimió por misericordia a Dios, por liberación de
la esclavitud y el maltrato:
«Dijo luego
Jehová: Bien he visto la aflicción de mi pueblo que
está en Egipto, y he oído su clamor a
causa de sus exactores; pues he conocido sus
angustias, (8) y he descendido para
librarlos de mano de los egipcios, y
sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que
fluye leche y miel, a los lugares del cananeo, del heteo, del amorreo, del
ferezeo, del heveo y del jebuseo. (9) El clamor,
pues, de los
hijos de Israel ha venido delante de mí, y también he visto la opresión con que los egipcios los oprimen»
(Éxodo 3: 7-9).
Dios vio, se dio cuenta; Dios sabía, tenía conocimiento
de lo que afligía a su pueblo, de lo que le sucedía, de la situación en la que
se encontraban.
Dios siempre ha sido un Dios a quien le
importa lo que nos sucede, lo que nos aflige y angustia; sabe cómo somos
tratados por otros u otras. Lo que nos hacen o nos dejan de hacer.
Sabe si actúan injustamente contigo, si te
mienten y engañan, si planifican o maquinan, si desean ocasionarte algún daño,
si te persiguen, si te calumnian…
Dios, al ver el sufrimiento de su pueblo,
le da instrucciones específicas a Moisés, poco a poco, paso por paso de lo que
debía hacer para darle la libertad a su pueblo:
“(16)
Ve y reúne a los ancianos de Israel, y diles: Jehová, el Dios de vuestros
padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, me apareció diciendo: En
verdad os he visitado, y he visto lo que se os hacen en Egipto…”.
Dios no solo instruyó a Moisés a hablarle
al pueblo, también lo envió a hacer partícipes a los ancianos de Israel de lo
que Él había visto y de lo que había decidido a causa de la necesidad de
libertad de su pueblo.
No sé cuál será el Egipto que pudiera
estar aprisionándote (si alguno), a ti o a los tuyos, a tu país; pero
ciertamente Dios lo sabe y tiene un plan para libertar, pues es un Dios
misericordioso y que nos ama a pesar de nuestras faltas y pecados.
Jesucristo hizo lo que tenía que hacer
para darnos salvación, redención, justificación, libertad, santificación. Por
eso en la cruz, “(30) Cuando Jesús hubo
tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó
el espíritu” (Juan 19: 30).
Faraón supo a través de Moisés que Jehová
se había levantado a defender a su pueblo; también los egipcios lo supieron.
El pueblo hebreo y los ancianos del pueblo
lo supieron. Por supuesto, Moisés, Aarón y demás participantes.
Hasta sus próximos enemigos, quienes los atacarían
y con quienes tendrían que luchar lo sabrían.
Él se encargará de que todos se enteren de
que tu Dios, por medio del sacrificio de Jesucristo, viene a libertarte a ti
y/o a los tuyos y a tu nación. ¡Todos lo sabrán y temerán!
El mostrara todo su poder. No importa cuán
fuerte, temible y poderoso pueda ser tu enemigo, del enemigo de tus seres
queridos, de la Iglesia, del pueblo de
Dios; El siempre actuará a favor de su pueblo, lo salvará y lo libertará.
¡Debemos creer! ¡Tener fe! ¡Esperanza! ¡Esperar!
¡Veremos su Magnificencia!
Él detesta la esclavitud, detesta la opresión,
la injusticia, el maltrato, la mentira, la maldad, la maquinación…
Dios ama la libertad en el espíritu, la
paz que sobrepasa todo entendimiento, el amor, el gozo, la bondad, la
misericordia, la justicia, la verdad…
Por otro lado, también Dios le anuncia a Moisés
su promesa: “(17) y he dicho: Yo os
sacaré de la aflicción de Egipto a la tierra del cananeo, del heteo, del
amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo, a una tierra que fluye leche y
miel…”.
¡Dios sacará a su pueblo, a sus pueblos, a
las naciones, de la aflicción! ¡A cada uno de nosotros! ¡A cada uno de tus
seres queridos! ¡A tus amigos! ¡A Su Iglesia! Y nos dará una tierra que fluye
leche y miel.
Y su promesa sigue: “(19) Mas yo sé que el rey de Egipto no os dejará ir sino por mano
fuerte. (20) Pero yo extenderé mi mano, y heriré a Egipto con todas mis
maravillas que haré en él, y entonces os dejará ir”.
Dios está dispuesto a pelear por ti, está
dispuesto a todo. Está dispuesto a aplastar a los que te oprimen o a los que
oprimen a tu familia, a la Iglesia, a tu nación, que es el país o la nación
Suya.
Dios está en contra de toda clase de
esclavitud. Dios dio a Su Hijo para que fuéramos libres. Nos libertó de la
muerte y nos dio vida; nos libertó de las tinieblas y nos trasladó a su luz
admirable.
Dios está en contra de toda injusticia. Está
en contra de todo maltrato.
Dios está en contra de toda opresión,
sujeción, dominio que Satanás se inventa para aprisionarnos.
Por eso el Señor siempre intentará, por
medio de Su Espíritu Santo, redargüirnos; tratará de convencernos de pecado y
de llevarnos al arrepentimiento.
De esa manera, reconociendo que solo el
sacrificio de Jesucristo, el Hijo de Dios, en la Cruz del Calvario; y
reconociendo nuestra necesidad de Él, nos da la libertad que deseamos.
La libertad que diseñó y planificó para
cada uno de nosotros. Nos da la paz por la cual pagó aceptando por nosotros el
castigo que nos merecíamos.
Dios recordará Su pacto, un Nuevo Pacto más
poderoso, con nosotros como recordó el pacto que había hecho con los hebreos:
“Asimismo
yo he oído el gemido de los hijos de Israel,
a quienes hacen servir los egipcios, y me he acordado de mi pacto” (Éxodo
6: 5).
Él
escucha nuestros gemidos y recuerda Su pacto. Él es fiel. Es el Dios que cumple
lo que promete.
Este es el Dios que envió
a Moisés, junto a Aarón, para que se le presentara a Faraón y le dijera: «Jehová Dios de Israel dice así: Deja ir a
mi pueblo a celebrarme fiesta en el desierto» (Éxodo 5: 1).
«Y
ellos dijeron: El Dios de los hebreos nos ha encontrado; iremos, pues, ahora,
camino de tres días por el desierto, y ofreceremos sacrificios a Jehová nuestro
Dios, para que no venga sobre nosotros con peste o con espada» (Éxodo 5: 3).
Este es el Dios de
los hebreos, quien los había encontrado. El Dios que deseaba y había decidido
libertar a su pueblo.
Este es el Dios que
deseaba reunir a su pueblo para que “le celebrara fiesta en el desierto”, para
que le adorara.
El Dios que se había
apiadado y se había movido a misericordia con un pueblo que había sufrido la
esclavitud por siglos debido a su desobediencia, a su infidelidad y a su
desamor.
Dios escuchó el clamor, el gemido de su pueblo. Vio y se
compadeció de la opresión y la esclavitud que padecían desde hacía mucho
tiempo.
Y así fue como el Señor decidió
responderles y ayudarlos. Levantó a
Moisés y libertó con demostración de Su poder a los hijos de Israel.
Cuando gimieron, cuando clamaron, cuando
se acordaron del Único Dios que los amaba, que había sido bueno y que podía libertarlos.
¿Se arrepentirán de sus pecados los pueblos
y las naciones hoy? ¿Reconoceremos nuestros pecados?
¿Nos humillaremos y pediremos perdón? ¿Reconoceremos
que solo Dios puede salvarnos y libertarnos?
Dios está dispuesto. Siempre está
dispuesto. Siempre está esperando que su pueblo lo recuerde y le pida.
Siempre ve como lo castiga y lo oprime el
enemigo. Dios siempre hace justicia.
Este es el Dios que quiere que le celebre
fiesta en medio del desierto, en medio de cualquier prueba.
Este es el Dios que nos ha encontrado, que te ha
encontrado, que me encontró y que encontrara a cada pueblo y nación en
cautiverio.
Este es el Dios que
ve y que se apiada. El Dios que defiende y hace justicia.
Este es el Dios que
bendice y hace Pacto:
“(19)
Mas yo sé que el rey de Egipto no os dejara ir sino por mano fuerte. (20) Pero
yo extenderé mi mano, y heriré a Egipto con todas mis maravillas que haré en él,
y entonces os dejará ir.
(21) Y
yo daré a este pueblo gracia en los ojos de los egipcios, para que cuando salgáis,
no vayáis con las manos vacías;
sino
que pedirá cada mujer a su vecina y a su huéspeda alhajas de plata, alhajas de
oro,
y
vestidos, los cuales pondréis sobre vuestros hijos y vuestras hijas; y
despojareis a Egipto” (Exodo
3: 19-21).
¡Vayamos a adorarlo! ¡Hagámosle fiesta y adorémosle en todo
tiempo!
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