Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo”. (Juan 9: 5)

“Yo he venido como una luz para brillar en este mundo de oscuridad, a fin de que todos los que pongan su confianza en mí no queden más en la oscuridad. (Juan 12: 48 NTV)



(1) Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. (2) Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿Quién pecó, este o sus padres, para que haya nacido ciego? (3) Respondió Jesús: No es que pecó este, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifestasen en él.  (4) Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar. (5) Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo”. (6) Dicho esto, escupió en tierra, e hizo lodo con saliva, y untó con el lodo los ojos del ciego, (7) y le dijo: Ve a lavarte en el estanque de Siloé (que traducido es, Enviado). Fue entonces, y se lavó, y regresó viendo. (Juan 9: 1-7 RVR 1960)

     ¿No se te estremece el corazón al ver el sufrimiento de este hombre? ¿No se estremece al ver el amor y la compasión de Jesús para con él?
     ¿Al ver un Jesús que piensa muy distinto a como pensaba la sociedad de su tiempo, incluyendo a sus discípulos? ¿Un Jesús que sigue pensando muy distinto a como pensamos en la actualidad?
     ¿Un Jesús que no vino a juzgar al mundo, sino a salvarlo? ¿Un Jesús que no vino para los sanos, sino para los enfermos porque los sanos no tienen necesidad de médico?
     ¡Mira! ¡Lo dice Su Palabra! En el Evangelio de Juan 12: 46-48 (NTV): “Yo he venido como una luz para brillar en este mundo de oscuridad, a fin de que todos los que pongan su confianza en mí no queden más en la oscuridad. No voy a juzgar a los que me oyen pero no me obedecen, porque he venido para salvar al mundo y no para juzgarlo. Pero todos los que me rechazan a mí y rechazan mi mensaje serán juzgados el día del juicio por la verdad que yo he hablado.”
      Jesús vino como una luz a brillar en mi oscuridad, una oscuridad que me arropaba. Y todo cambió. Ya no estoy ciega, ahora puedo ver. Ya no estoy en oscuridad, ahora estoy en Su luz. Ya no estoy muerta, ahora estoy viva.
       Y Jesús quiere ser la Luz que brille no solo en mi vida, sino en la vida de cada ser humano a través de todos los tiempos. Él desea ser la luz que brille en tu vida y en la de tus seres queridos. La luz que brilla en cada situacion de tu vida dispersando toda oscuridad que provenga del reino de las tinieblas.
          Jesús se detuvo ante este hombre que vivía en oscuridad. ¿En qué tipo de oscuridad?
     En oscuridad física, puesto que no veía. Había nacido ciego. Nunca había tenido la oportunidad de ver la luz del sol ni el cielo ni la luna ni las estrellas… Tampoco había visto el rostro de sus padres y familia; ni las caras de sus amigos (si es que tenía alguno).
 En oscuridad social. Vivía en la oscuridad del rechazo, de la alienación y del ostracismo. En realidad era menos que poco en aquella epoca. No era nadie como para fijarse en el como no fuera como un pordiosero, pobre entre los pobres, desprovisto de todo hasta de un lugar en aquel tiempo, en aquel lugar, en aquella sociedad. 
En oscuridad emocional. Vivía, con toda certeza en gran sufrimiento y tristeza; en angustia, tormento, desesperanza, no solo por no poder ver como los demás, sino por su soledad, por la “vida” que le había tocado vivir. Por una existencia, un pasado, un presente y seguramente un futuro tan sombríos.   
En oscuridad espiritual. Vivía en la oscuridad de una vida de condenación y culpa pensando de sí  mismo y siendo juzgado por los demás como que su ceguera se debía a que él o sus padres habían cometido algún pecado y, como consecuencia, se encontraba en dicha situación. En la oscuridad de la orfandad, del desamparo, pues no podía participar, seguramente, de las ceremonias o ritos religiosos debido a su impedimento. Seguramente se le impedía adorar en la sinagoga. Había quedado desheredado de toda posible bendición de Dios. De Su amparo, protección, socorro, justicia. Detengámonos en lo que dice la Palabra: “(11) A los suyos vino, y los suyos no le recibieron. (12) Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; (13) los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1: 11-13). Irónicamente, la verdad era que este, al igual que la mujer encorvada, a la que Jesús llamó “hija de Abraham”, era hijo de Dios, era un hijo de Abraham y, por lo tanto, digno de las bendiciones que Dios le prometió a todas sus generaciones.
En la oscuridad de la ignorancia. Vivía y muchos vivían y viven en desconocimiento de la Verdad, de Jesucristo y de Su Naturaleza. De la Verdad de Su propósito en nuestras vidas, de Su plan salvífico que escandalizó en el tiempo en que Jesús caminó como hombre y que sigue escandalizando de la misma forma en el presente. Por lo tanto, en muerte espiritual. “(14) Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad. (…) (16) porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia. (17) pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Juan 1: 14, 16-17).
     Sí, es cierto, estaban ciegos porque vivían en la oscuridad de la mentira. Por eso, Jesús aprovecha la oportunidad para enseñarles a todos cuál era la verdad y nos la sigue enseñando a través de la Palabra y de la convicción que nos da el Espíritu Santo de Dios. Por eso dice: “No es que pecó este, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él” (v. 3).
     ¿Qué obras? Las obras de Su Poder. Las obras de Su Amor. Las obras de Su Misericordia. Era y es necesario que la humanidad entienda que Él es un Dios de Poder, de Amor y de Misericordia. Un Dios a quien le interesa revelársenos con sus obras de poder, de amor y de misericordia.
    Jesús se vio y se acercó a este hombre como te vio y se acercó o quiere acercarse a ti y a mí. Jesús amó intensamente a este hombre como te ama a ti y a mí. Jesús se compadeció y tuvo misericordia de este hombre tal y como se compadece y tiene misericordia de ti y de mí. ¡Esa es Su naturaleza! ¡Él no lo puede evitar!
     Jesús le untó lodo en los ojos al ciego y le dio unas instrucciones: Ve a lavarte en el estanque de Siloé” (v. 7); y este hombre le obedeció. No hizo preguntas, no cuestionó, no dudó, no vaciló, no protestó. ¡No! ¡Él fue al estanque, se lavó los ojos y vio!
     También Jesús nos ve. También se acerca y nos toca. También ilumina los ojos de nuestro corazón para que confiemos en Él y no estemos más en oscuridad. Este pasaje bíblico aclara que “Siloé” significa “Enviado”.
     Así que nosotras y todos nosotros, al igual que el ciego, somos “Enviadas” y “Enviados”. ¿Por qué? Porque tan pronto como este hombre fue sanado de su ceguera física, fue también sanado de su ceguera social, mental, emocional y espiritual.

     Porque era un testimonio vivo ante sus “vecinos y los que antes le habían visto que era ciego” y testificó: “Aquel hombre que se llama Jesús hizo lodo, me untó en los ojos, y me dijo: Ve al Siloé y lávate; y fui, y me lavé, y recibí la vista” (v. 11)
    Entonces provocó que los demás que veían y escuchaban el testimonio del milagro de sanidad de este hombre, quisieran buscar y encontrarlo ellos también a Él: “Entonces le dijeron: ¿Dónde está él?” (v. 12).
         
     Hoy el Señor quiere recordarnos:

“(4) En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. (5) La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella”. (Juan 1: 4-5 RVR 1960)

“(9) Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. (10) En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció” (Juan 1: 9-10).


“(12) Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo, el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. (San Juan 8: 12 RVR 1960)
      Si te sientes como este ciego: rechazado, apartado de la sociedad, alienado, olvidado, en el ostracismo ya sea en tu propio hogar, en el lugar donde vives, en tu trabajo, en tu propia iglesia...
     Si te has sentido una gran soledad. Si tus ojos no han visto lo que tanto anhelas ver, lo que tanto deseas. 
   Tal vez, al igual que este ciego, no has podido ver hace mucho el rostro de tu padres, de tus hermanos, de tus hijos, de tus amigos.
     Es posible que sientas que existe algún aspecto de tu vida que se encuentra en oscuridad, en el que no ha brillado la Luz de Cristo.
     Es posible que te hayas cansado de que reine en tu vida la oscuridad de una vida llena de mentiras y que desees con ansias una vida en la que brille la luz de la verdad.
     No importa lo que sea, en tu vida o en la de tus seres queridos, de tus amigos, vecinos, colegas, nación, la Luz de Cristo puede brillar transformándolo todo. 


     Hoy te he visto, me detengo y me acerco a ti una vez más. Conozco tu necesidad, pero por encima de cualquiera que sea, quiero que entiendas que tu mayor necesidad es la de mi luz brillando en tu vida y en la de los tuyos.
     He untado el "lodo de mi sangre" para iluminar los ojos de tu corazón, para abrir los ojos de tu entendimiento, para que recibas mi Verdad.
     Cree en mí. Recibe mi Amor. Recibe mi perdón. Recibe mi Misericordia. Recibe mi Paz.
     También tendrás a mi Padre como tu Padre y el don del Espíritu Santo viviendo en ti.
     Así, serás mi testigo. Serás testimonio vivo de Mi Poder, de mi Amor y de mi Misericordia.
     Serás mi enviada y tú también alumbrarás como una antorcha. 
  Otros te verán y querrán saber qué ha pasado contigo, quién te ha hecho tanto bien; y querrán ser alumbrados con la Luz del Mundo que Soy Yo.

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