EXHORTACION: ¡A PUNTO DE PARIR!
Porque las mujeres hebreas no son como las egipcias; pues son robustas, y dan a luz antes
que la partera venga a ellas.” (Éxodo 1: 19)
Yazmín
Díaz Torres
Estoy deseosa por compartir este mensaje contigo. Es un mensaje especialmente para ti, mujer,
que puedes percibir en el espíritu que estás a punto de parir.
Hay expectación en
ti porque sabes que se ha cumplido el tiempo y viene el parto tal y como la
madre que ha esperado mucho y anhela tomar en sus brazos a su hijo.
He sentido la
convicción en mi espíritu de que hay mujeres a punto de parir y otras ya están
de parto. Tal vez a ti te falte un
tiempo, pero cargas en ti una gran promesa, un fruto abundante que está por
manifestarse.
Lo que quiero decir es que hay mujeres a punto de ver lo
que tanto han soñado, lo que tanto han anhelado. Promesas por las que no solo han orado, sino
que los “hijos” serán el resultado de lo que tanto les ha costado cuidar, alimentar
y proteger, experimentado en sus cuerpos, en sus mentes y en sus almas los
esfuerzos y los cambios que estos suelen “sufrir” durante su embarazo. Pero estando seguras, completamente
convencidas de que se acerca el tiempo del nacimiento.
Y el Espíritu Santo me recordaba el momento en que el Faraón,
estando los israelitas en cautiverio en Egipto, se da cuenta de que este se ha
convertido en un pueblo numeroso y, por lo tanto, peligroso para su reinado.
Date cuenta, eres peligrosa. Tú y tu “hijo” representan
una verdadera amenaza para el reino de las tinieblas.
De manera que Faraón
les ordena a las parteras que si la madre paría un varón, lo mataran; y si se
trataba de una niña, la dejaran con vida.
De esa misma forma,
has visto cómo una y otra vez, tus sueños, tu promesa ha estado en peligro, ha
habido obstáculos que han querido impedir el tiempo exacto del nacimiento.
De esto es de lo que
se trata. Se ha ordenado que ni siquiera nazca o que una vez llegue el tiempo
del alumbramiento, la criatura sea eliminada, sea asesinada.
Pero las parteras no
cumplieron el mandato de Faraón, sino que hicieron todo lo contrario: se
encargaron de asistir, ayudar y proteger a cada mujer en su parto y a la
criatura. Así, permitieron que tanto los
varones como las niñas vivieran.
¿Por qué lo
hicieron? Porque tenían temor de Dios. Porque reconocían al Dios verdadero y
decidieron agradarle a Él, obedecerlo a Él y no a Faraón. Porque sabían que
este era el pueblo de Dios.
Ha habido parteras
asignadas por el Señor, ángeles enviados por Él para asistirte, ayudarte y
protegerte a ti y a la promesa, al fruto, al hijo que estás a punto de parir o
que ya estás pariendo.
Algunas de esas
parteras son personas que el Señor ha puesto y pondrá en tu camino para darte consejo,
para interceder, dar recursos, protección, asistencia, ayuda en el mundo
natural y/o espiritual.
Quizás tú eres una
de esas parteras llamada a honrar al único Dios y no a Faraón. Llamada a obedecerle para asistir, ayudar a
otra mujer en su parto y, luego, a mantener vivo a su “hijo”.
Cuestionadas las
parteras por el Faraón por no haber obedecido, estas se excusaron argumentando
que las mujeres hebreas eran distintas a las egipcias, eran muy fuertes y daban
a luz antes de que ellas pudieran llegar a ayudarlas y cumplir así con su
mandato.
Las mujeres fuertes
somos nosotras. Amantes de Dios, el único Dios antes que cualquier cosa, por
sobre todas las cosas. Amantes, por supuesto, de nuestro “hijo”, amantes de los
propósitos del Señor, de Sus planes, de Su voluntad.
Pero Faraón no se quedó
tranquilo. Ordenó a todo el pueblo a echar al río a todo hijo varón que
naciera.
Entonces, Moisés, el
hombre escogido por Dios para liberar al pueblo de Israel de una esclavitud y
terrible opresión por aproximadamente
430 años, fue protegido por su madre en el transcurso de su gestación y en el
momento del parto. Luego fue escondido por tres meses para que no fuera
asesinado.
Entonces preparó una
especie de canasta y Moisés, siendo apenas un recién nacido, fue “entregado”
por su madre a las aguas del río Nilo donde fue hallado, rescatado y criado por
su propia madre, pero oficialmente como hijo de la hija del Faraón. ¿Destino?
¡No! ¡El plan perfecto de Dios!
Eso es precisamente
lo que está sucediendo con muchas mujeres en estos últimos tiempos.
Mujeres valientes
que se atreven a enfrentar las amenazas del enemigo, que toman decisiones
arriesgadas a favor del “hijo”.
A la vez, mujeres
que esconden, protegen, pero llegado el momento, sueltan la promesa porque
saben que Dios lo ha dispuesto todo para que esta regrese a sus manos para el
cuidado y dedicación que a la promesa le falta porque de ella dependerá un
pueblo.
La sueltan en el
río, en el río de la Palabra y del Espíritu Santo que limpia, transforma y
prepara. En el río que nos ayuda, nos consuela, nos da sabiduría, inteligencia,
discernimiento; que nos aconseja, nos enseña, nos defiende, nos avisa, nos
dirige, nos da las estrategias…
De ese “hijo”
dependerá la liberación de un pueblo en esclavitud, en toda clase de esclavitud
y cautiverio. Un pueblo sufriente y oprimido.
Por eso, te invito a
prepararte para grandes cambios como los que experimenta una madre que acaba de
dar a luz a su hijo tan esperado o que está a punto de dar a luz.
Viendo en el hijo el
propósito de Dios, viendo en la promesa la voluntad de Dios, se regocija.
Agradecida, se
esmera, se sacrifica para alimentar, proteger y criar al “hijo” que Dios le
entregó.
Cuando ya faltan
pocos días para el parto, más tendemos a desesperarnos; pero “El Señor no
retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente
para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al
arrepentimiento”. (2 Pedro 3: 9)
¡Date cuenta! Has estado preñada ya hace algún tiempo.
¿Cierto? Has esperado largo tiempo por el día del alumbramiento. ¿Verdad?
Habrá parteras que
te ayudarán y protegerán la vida de la
promesa. Tú serás una mujer fuerte por la Gracia de nuestro Señor Jesucristo.
Serás tan
arriesgada, valiente y visionaria, en Cristo Jesús, como para discernir los
peligros que la amenazan y tomarás acción en la sabiduría y bajo el consejo del
Espíritu Santo.
El resultado: la
libertad, la vida abundante y la transformación de mucho pueblo que clama por
ser rescatado.
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