EXHORTACION: ¡Yo soy Su escogida!
¡Yo soy Su escogida! ¡Él me hará justicia!
¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él
Yazmín Díaz Torres
En el Nuevo Testamento encontramos a Jesús contando una parábola “sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar…” (Lucas 18: 1).
Jesús narraba la historia de una viuda que acudía insistentemente al rey, quien no creía en nada porque “ni temía a Dios, ni respetaba a hombre” (Lucas 18: 2), para que le hiciera justicia ante su adversario, ante su enemigo.
¿Insistentemente? ¡Sí, así mismo! ¡In-sis-ten-te-men-te! ¡Sin des-ma-yar!
Esta mujer no se cansó de pedir hasta que el juez le hiciera justicia. Fue tantas veces y tan convencida de que se merecía lo que solicitaba, que el rey, con tal de no verla nunca más para que no se le fuera a agotar su paciencia, le concedió su petición.
Entonces, Jesús les preguntó a los que lo escuchaban: “¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles?” (Lucas 18: 7).
En la parábola, Jesús no detalla cuál era el agravio, el daño o la injusticia que se había cometido contra ella. No se menciona quién específicamente la agravió. Tampoco se especifica qué exigía. Lo que sí aclara Jesús es que se trataba de una mujer y…no de cualquier mujer, quien ya estaría en desventaja ante el juez (por ser mujer); sino que además esta era viuda.
¿Podría ser peor su situación en aquel tiempo? Por eso, ella misma tenía el valor, la intrepidez o el atrevimiento de presentarse delante de un juez tan “difícil”: porque no tenía quién la representara y sacara la cara por ella, no tenía marido y quién sabe si ni hijos ni parientes quienes la pudieran ayudar en su situación; y si los tenía, por alguna razón no estaban allí con ella. Ella estaba sola, acudía sola constantemente ante el juez.
Aun así, la mujer no desfalleció, no renunció, no se desalentó, no cedió a lo que entendía que era justo. Ella se mantuvo, insistió, perseveró y reclamó.
Su actitud era la de una mujer tenaz y valiente o, al menos, con una gran necesidad como para presentarse día a día frente al hombre que tendría en su poder una decisión muy importante : la de concederle o negarle su petición. Una decisión que, seguramente, cambiaría su destino, su futuro, su vida entera.
Aun en su situación de desamparo, parecía no temerle al juez, cuya integridad ya era de por sí cuestionable. Ni siquiera el hecho de que, a todas luces, este juez de justo no tenía nada, la persuadió de desistir.
Tampoco parecía temerle a su adversario, al enemigo que le había provocado algún daño, pues había resuelto llevar su caso ante el juez y no transigir hasta que se le hiciera justicia.
¿Cuál fue, entonces, la resolución de este juez injusto?: ¡Hacerle justicia!
¿Qué logró la mujer como resultado de insistirle al juez una y otra vez sin desmayar?: ¡Justicia!
No sé cuál sea tu caso o tu petición, pero cualquiera que esta sea, nuestro Señor Jesucristo quiere que ores siempre (continuamente, constantemente, persistentemente, en todo tiempo) sin desmayar (sin renunciar, sin desalentarte, sin cansarte, sin desfallecer, sin rendirte, sin descorazonarte).
Jesús se tomó el tiempo de impartir esta enseñanza a sus seguidores: ¡Oren siempre! ¡Y sin desmayar! ¡Yo les haré justicia! ¡Ustedes son mis escogidas!
¿Por qué? Porque Él es un Juez Justo, no uno injusto como el de la parábola. Él te hará justicia. Tú eres Su Escogida. Por eso, no tardará en responderte.
Sin embargo, Jesús se expresa una vez más para revelar el carácter amoroso y misericordioso de Dios y hace otra promesa: “Os digo que pronto (Dios) les hará justicia.” (Lucas: 18: 8ª).
Esa es una gran promesa. ¿Pero acaso no fue la misma que hizo al principio del versículo 7?
¡No, no es la misma! Porque ahora le añade el adverbio “pronto”.
¿Cuándo Dios nos hará justicia? ¡Pronto! ¡Así que no desesperemos!
¿Has estado esperando? ¡No desesperes! Él te hará justicia porque eres Su Escogida. No tardará en responderte y será… ¡Pronto!
Ahora, al parecer, hay un requisito: “Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” (Lucas 18: 8b).
¡Tengamos fe! ¡No dudemos! La Palabra de Dios dice que “Él es Fiel y Verdadero”.
“Y vi el cielo abierto, y he aquí un caballo blanco, y el que estaba sentado sobre él, era llamado Fiel y Verdadero, y en justicia juzga y pelea. (Apocalipsis 19: 11)
En el Nuevo Testamento encontramos a Jesús contando una parábola “sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar…” (Lucas 18: 1).
Jesús narraba la historia de una viuda que acudía insistentemente al rey, quien no creía en nada porque “ni temía a Dios, ni respetaba a hombre” (Lucas 18: 2), para que le hiciera justicia ante su adversario, ante su enemigo.
¿Insistentemente? ¡Sí, así mismo! ¡In-sis-ten-te-men-te! ¡Sin des-ma-yar!
Esta mujer no se cansó de pedir hasta que el juez le hiciera justicia. Fue tantas veces y tan convencida de que se merecía lo que solicitaba, que el rey, con tal de no verla nunca más para que no se le fuera a agotar su paciencia, le concedió su petición.
Entonces, Jesús les preguntó a los que lo escuchaban: “¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles?” (Lucas 18: 7).
En la parábola, Jesús no detalla cuál era el agravio, el daño o la injusticia que se había cometido contra ella. No se menciona quién específicamente la agravió. Tampoco se especifica qué exigía. Lo que sí aclara Jesús es que se trataba de una mujer y…no de cualquier mujer, quien ya estaría en desventaja ante el juez (por ser mujer); sino que además esta era viuda.
¿Podría ser peor su situación en aquel tiempo? Por eso, ella misma tenía el valor, la intrepidez o el atrevimiento de presentarse delante de un juez tan “difícil”: porque no tenía quién la representara y sacara la cara por ella, no tenía marido y quién sabe si ni hijos ni parientes quienes la pudieran ayudar en su situación; y si los tenía, por alguna razón no estaban allí con ella. Ella estaba sola, acudía sola constantemente ante el juez.
Aun así, la mujer no desfalleció, no renunció, no se desalentó, no cedió a lo que entendía que era justo. Ella se mantuvo, insistió, perseveró y reclamó.
Su actitud era la de una mujer tenaz y valiente o, al menos, con una gran necesidad como para presentarse día a día frente al hombre que tendría en su poder una decisión muy importante : la de concederle o negarle su petición. Una decisión que, seguramente, cambiaría su destino, su futuro, su vida entera.
Aun en su situación de desamparo, parecía no temerle al juez, cuya integridad ya era de por sí cuestionable. Ni siquiera el hecho de que, a todas luces, este juez de justo no tenía nada, la persuadió de desistir.
Tampoco parecía temerle a su adversario, al enemigo que le había provocado algún daño, pues había resuelto llevar su caso ante el juez y no transigir hasta que se le hiciera justicia.
¿Cuál fue, entonces, la resolución de este juez injusto?: ¡Hacerle justicia!
¿Qué logró la mujer como resultado de insistirle al juez una y otra vez sin desmayar?: ¡Justicia!
No sé cuál sea tu caso o tu petición, pero cualquiera que esta sea, nuestro Señor Jesucristo quiere que ores siempre (continuamente, constantemente, persistentemente, en todo tiempo) sin desmayar (sin renunciar, sin desalentarte, sin cansarte, sin desfallecer, sin rendirte, sin descorazonarte).
Jesús se tomó el tiempo de impartir esta enseñanza a sus seguidores: ¡Oren siempre! ¡Y sin desmayar! ¡Yo les haré justicia! ¡Ustedes son mis escogidas!
¿Por qué? Porque Él es un Juez Justo, no uno injusto como el de la parábola. Él te hará justicia. Tú eres Su Escogida. Por eso, no tardará en responderte.
Sin embargo, Jesús se expresa una vez más para revelar el carácter amoroso y misericordioso de Dios y hace otra promesa: “Os digo que pronto (Dios) les hará justicia.” (Lucas: 18: 8ª).
Esa es una gran promesa. ¿Pero acaso no fue la misma que hizo al principio del versículo 7?
¡No, no es la misma! Porque ahora le añade el adverbio “pronto”.
¿Cuándo Dios nos hará justicia? ¡Pronto! ¡Así que no desesperemos!
¿Has estado esperando? ¡No desesperes! Él te hará justicia porque eres Su Escogida. No tardará en responderte y será… ¡Pronto!
Ahora, al parecer, hay un requisito: “Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” (Lucas 18: 8b).
¡Tengamos fe! ¡No dudemos! La Palabra de Dios dice que “Él es Fiel y Verdadero”.
“Y vi el cielo abierto, y he aquí un caballo blanco, y el que estaba sentado sobre él, era llamado Fiel y Verdadero, y en justicia juzga y pelea. (Apocalipsis 19: 11)
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