ARMAS CELESCIALES


Yazmín Díaz Torres

"Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos." (Mateo 18: 19)

            Una de las armas espirituales con las cuales nuestro Señor Jesucristo nos equipó es el “Poder de la Oración de Acuerdo”. 
Él mismo reveló a Sus discípulos esta arma para lo que parece imposible, para ganar la guerra en contra de Satanás y sus planes, entre otras intenciones.
            ¿Qué es el Poder del Acuerdo? ¿Quién tiene acceso a esa poderosa arma? ¿Cómo se utiliza? ¿Cuándo? ¿Por qué debería utilizarla?
            Comencemos por buscarle solo algunos sinónimos a la palabra clave de este texto ― y, por cierto, el elemento primordial de esta arma ― para tener una comprensión más clara de su significado: acuerdo.
Acuerdo es sinónimo de pacto, convenio. Es una alianza, un contrato, arreglo, compromiso, una unión. Es concordia, coalición, sociedad, asociación, conciliación. También se relaciona con armonía, paz, amistad, fraternidad.  
El antónimo de “acuerdo” es “desacuerdo”, es decir, discrepancia, oposición, obstáculo, impedimento, traba, barrera, estorbo, dificultad, obstrucción, diferencia, incompatibilidad, entre otros antónimos.
¿Qué es la Oración de Acuerdo?

La Palabra de Dios dice que si dos personas hacen un compromiso, si se unen, si hacen una alianza para presentar una misma petición, una misma oración, un mismo clamor, Dios Padre concederá tal petición conforme a Su Palabra y a Su Voluntad, ¡claro!
Ambas personas tienen que tener claro qué es lo que van a pedir. Tienen que sentir la misma urgencia o necesidad de que el Señor responda afirmativamente a la petición.
Deben comprender la importancia que tiene en la vida de una de las dos o de una tercera persona o de muchas otras personas. Deben desear tocar el corazón de Dios y, por tanto, lograr mover Su mano a favor de esa petición.
Es necesario que ambas personas que se han puesto de acuerdo tengan la misma visión y trabajen (oren) tenazmente a favor de la misma. Es imperativo que constituyan una unidad, una alianza, que se conviertan en una sociedad, en una coalición.
Como le llamaríamos, mis hermanas de oración: en una avanzada.
¿Por qué una “avanzada”? Porque una avanzada se refiere a “un grupo pequeño de soldados de un ejército o una expedición que se adelantan al resto para observar al enemigo o avisar de un peligro”.

 Y eso me hace mucho sentido puesto que la oración es, sobre todo, acercarse en intimidad a Dios para conocer Su voluntad acerca de cualquier asunto, es buscar Su consejo e instrucciones, es obtener la noción, la visión, el entendimiento de lo que espiritualmente está sucediendo, de los tiempos; y el Espíritu Santo nos dirige en esa oración y nos ayuda a orar al Padre como conviene con gemidos indecibles.
Cuando dos personas o un grupo de personas se unen como un grupo pequeño de soldados en una expedición (en oración) con esos propósitos, es decir, para observar al enemigo y avisar de un peligro, para recibir las órdenes y las estrategias del Señor a través de Su Palabra y del Espíritu Santo.
Estas personas o este grupo se convierten en una “avanzada” del reino de Jesucristo. La avanzada va unida, va junta con un mismo propósito u objetivo. Tienen bien claro cuál es su misión, por qué están de expedición. Tienen claro cuáles podrían ser los resultados de no trabajar en convenio, en acuerdo.
Es exactamente lo mismo que hacemos nosotras con los planes y propósitos que tiene el Señor para nosotras, para nuestras vidas en Cristo.
Pronto comienza la duda, la incredulidad, los dardos del enemigo a decirnos que eso no fue Dios, que son invenciones nuestras y que son metas demasiado altas, que eso nunca sucederá.
Nos detenemos, nos paralizamos, sentimos miedo, abandonamos el trabajo.
No nos ponemos de acuerdo con el Señor. Todo lo contrario. Ponemos excusas de por qué no se logrará.
Nos sentimos incapaces de lograrlo; y es cierto, nosotras no podremos lograrlo sin Su favor.
Solo por Su amor y Su gracia y nuestra fe y perseverancia, nos pondremos de acuerdo, haremos una fuerte alianza con Él y caminaremos juntos para la consecución de Su propósito y nos esforzaremos creyendo, obedeciendo, esperando y confiando en que todo será en Su tiempo.
Dios no necesita nuestra ayuda.  Él es Dios.  Lo que necesita es que le creamos y caminemos juntos en un mismo sentir, es decir, que estemos de acuerdo.
En las Sagradas Escrituras hay muchos ejemplos en los que se muestran cómo Dios siempre es fiel a Sus promesas y a Sus pactos, pero también las Escrituras muestran cómo el pueblo le dio la espalda, no lo escuchó, fue infiel, desobediente, en fin…
La Palabra dice que “si fuéremos infieles, él permanece fiel; Él no puede negarse a sí mismo” (2 Timoteo 12: 13).
Así que, ahora concentrémonos en el acuerdo al que llegamos con otra u otras personas a la hora de orar, de clamar, de pedir, de interceder por alguien o por algo.
¿Cuál es la promesa que nos hace aquí el Señor?: que lo que le pedimos en acuerdo con otros, será hecho por el Padre que está en los cielos.
¿Cuál es el resultado que obtendremos?: que se nos hará según hemos pedido.

¡Exacto!, pero hay una condición: que debemos estar de acuerdo, que debemos sentir el mismo peso, el mismo deber, el mismo compromiso; que debemos darle la misma importancia, debemos orar con la misma devoción e intensidad y pedir exactamente lo mismo para lograr el mismo resultado. De lo contrario, no hay ningún acuerdo.
En las Sagradas Escrituras encontramos ejemplos de los resultados que la oración de acuerdo puede lograr, tal y como lo prometió Jesús.
Recordemos cómo los discípulos de Jesús y las mujeres estuvieron de acuerdo, primero con Jesús, y luego entre ellos mismos.
Jesús les había instruido que no salieran de Jerusalén, que esperaran para que recibieran la “Promesa”, es decir, al Espíritu Santo. Sabemos que comenzaron alrededor de 500 personas reunidos en el Aposento Alto.
¿Juntas? ¿Unidas? Bueno, estaban en el mismo lugar, pero al parecer, no estuvieron muy de acuerdo todos porque 380 de esas personas claudicaron, se cansaron de esperar, dudaron y abandonaron el lugar.
¿Consecuencia de su desobediencia y de su desacuerdo?: no estuvieron presentes cuando la promesa se cumplió, no se beneficiaron de la promesa.
Jesús, el Padre y el Espíritu Santo cumplieron Su promesa y los que se mantuvieron realmente unidos, creyendo en lo mismo, orando por lo mismo, la vieron cumplirse. Ese suceso marcó un tiempo significativo.
Ese evento fue clave en la predicación del Evangelio, en la tarea de ir y hacer discípulos, en la comisión de sanar enfermos, resucitar muertos, reprender demonios y, finalmente, en el desarrollo y avance de la Iglesia de Cristo.
En el Antiguo Testamento, Rahab y los espías, David y Jonatán, Salomón y el rey Josafat, constituyen ejemplos que ilustran los resultados del acuerdo.
Mientras que en el Nuevo Testamento se pueden destacar cuando Pedro estuvo encarcelado, así como cuando Pablo y Silas también lo estuvieron.
Para orar en acuerdo solo bastan dos personas, pero pueden ser más personas las que se pongan de acuerdo.

Pueden orar juntos a la misma hora y en el mismo lugar, es decir, estar físicamente juntos. 
Sin embargo, también pueden encontrarse en lugares distintos, pero decidir orar a una misma hora, unos días en específico, por un tiempo determinado.
Por otro lado, pueden orar en acuerdo estando en diferentes lugares, orando a distintas horas. Lo importante es orar sin cesar por la misma intención creyendo en la promesa que hizo Jesús.
La intención puede ser por uno mismo, por la otra persona, por ambos, por un grupo de personas, por familiares, por amistades, por compañeros de trabajo y lugar de trabajo, por un ministerio, por nuestra iglesia.
También puede ser por nuestros vecinos, nuestro vecindario, pueblo, país, por la situación de otros países, por el mundo entero. Por la salvación de las almas…
En fin, lo ideal es buscar la dirección del Espíritu Santo, no solo en relación a la intención o intenciones, sino en relación a quién nos uniremos en oración y cómo lo haremos.
Siempre debemos recurrir a la dirección y ayuda del Espíritu Santo porque: “De igual manera, el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, pues no sabemos qué nos conviene pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.” (Romanos 8: 26).
La Palabra dice: “Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites.” (Santiago 4: 3).

Jesús sabía que los discípulos y la creciente Iglesia, necesitaría de esta poderosa arma celestial que es la oración de acuerdo. ¿Por qué? Porque la Iglesia de Jesucristo sería perseguida desde el principio, aún hoy día y lo será hasta el final.
Por eso era necesaria dicha enseñanza y, de hecho, los discípulos y la iglesia primitiva la necesitó de inmediato, pues una vez fueron investidos con el poder del Espíritu Santo en Pentecostés y comenzaron a predicar el Evangelio de Jesucristo, fueron perseguidos, encarcelados y asesinados.

Una casa dividida…
“Mas él, conociendo los pensamientos de ellos, les dijo: Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado; y una casa dividida contra sí misma, cae.” (Lucas 11: 14 – 26)
Jesús establece y explica este principio al ser acusado de echar, por Beelzebú (por Satanás), fuera un demonio que era mudo.
Entonces, establece que es imposible que los que son uno, los que están unidos en un propósito, los que pertenecen al “mismo bando”, actúen en su propia contra.
Es decir, ni siquiera el mismo Satanás lo haría, pues sería un reino dividido y, un reino dividido, provocaría su propio final, no prevalecería.
¡La sabiduría de Dios!







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